Domar

En el aeropuerto de la Ciudad de Chihuahua el personal de tierra, los empleados, dicen adiós una vez que terminan con sus deberes debajo del avión. No están obligados a hacerlo a excepción de quién revisa algo en el tren frontal de aterrizaje, y ese ademán no es una despedida sino una aprobación. Al parecer esta persona tiene que mover o apretar algún mecanismo que aprueba que todo está listo. Momentos antes de esto, los pasajeros se alinearon, caminaron, hasta el avión. Dos filas se formaron, una por la puerta frontal y otra por la cola. Fue un proceso que tomó algunos minutos, entretanto un militar mexicano caminaba distraído por debajo del edificio de la terminal, frente a mis ojos y frente a mí, estando del otro lado del cristal que me detiene en una sala de espera antes de abordar mi vuelo.

Esta sala se encuentra en la planta baja del edificio. La sala se acristala de manera horizontal abriéndose hacia el característico paisaje chihuahuense. Esto es, a unos cuantos kilómetros, quizás 3, quizás 4, confinan al espacio macizos montañosos. Hay un puerto entre las masas junto casi al centro de la vista de esta sala de estar a través de los asientos –de plástico- de la espera. Creo que no es un buen proyecto de arquitectura. Para la despedida y la llegada el componente principal siguen siendo esas montañas que fueron ignoradas por el edificio. Aspiraría a que el horizonte se confinará también siguiendo el ir y venir de las elevaciones de las sierras, y el ir y venir de aviones aterrizando y despegando.

A fin de cuentas, las parciales masas permitidas por ese cristal hacia la expectativa del vuelo, y los pocos vuelos pues, hacen que ambos situaciones se acompañen efectivamente en un ritmo muy sopesado, que ahora encuentro muy de Chihuahua con mi percepción agudizada, a mi sentir y entender, por la partida de hace ya poco más de dos años.

Sobra decir que no hay prácticamente nadie en la sala de espera. Solo unos cuantos intendentes aburridos, hablando por teléfono, escuchando música grupera (que también se reduce ante esta tranquilidad). Me pregunto cuántos vuelos habrá en este domingo de otoño cuando la sala comienza a recibir otros huéspedes.

Pasaron los minutos, llegó nuestro avión, con él su muy sonriente sobrecargo que bromeaba con su figura de soldado con los empleados del aeropuerto, quizás tenía que ver si había clientes ante lo tranquilo del día y seguramente del vuelo de llegada. En realidad di cuenta de que era uno más del avión ya dentro de él, cuando su uniforme y el saludo recibiendo a los pasajeros dentro del avión corrigieron mi errónea percepción de que quizás parecía un policía más. Llego a mi asiento y me siento al lado de un señor que al par de minutos me saca plática, me dice en su castellano de hijo de mexicanos y de alguién que nunca ha vivido en México que se llama Frank, que también va a Phoenix pero que vive en Prescott, y que fue a Chihuahua, a la feria ganadera, a dar una demostración de cómo se pueden domar caballos… sin violencia.

One Response to “Domar”

  1. marielo Says:

    Gabo!! eso de ir y venir hace que el momento aeropuerto sea una constante pero también un espacio de retrospección. Ya que en esas andan, por favor echen un telefonazo para verlos (5421953), que nos daría mucho gusto poder recibirlos en Chihuahua, la tierra inhóspita incluso para los que somos de acá. Besos grandes para ambos.

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